Sobre afrancesados y colaboracionistas de despacho y teletipo
La palabra colaboracionismo deriva del francés collaborationniste, termino atribuido a todo aquello que tiende a auxiliar o cooperar con el enemigo.
Entendida como forma de traición, se refiere a la cooperación del gobierno y de los ciudadanos de un país con las fuerzas de ocupación enemiga. La actitud opuesta al colaboracionismo -la lucha contra el invasor- es representada históricamente por los movimientos de resistencia.
Los colaboradores o colaboracionistas muchas veces actúan esperando a cambio seguridad pero también sobre coacción o por miedo. En otros casos, esperan obtener ganancias, enriquecimiento y favores del enemigo. Frecuentemente, por eso, asimilan la ideología y el comportamiento del invasor.
El termino fue introducido durante la República de Vichy (1940-1944) en la Francia ocupada, por el propio Mariscal Pétain que, en un discurso radiofónico pronunciado el 30 de octubre de 1940, exhortó a los franceses a colaborar con el invasor nazi. Posteriormente la palabra paso a designar la actitud de gobiernos de países europeos que apoyaron la ocupación nazi, durante la Segunda Guerra Mundial.
Otros ejemplos de colaboracionismo ocurrieron en mayor o menor grado en Bélgica, Países Bajos, Croacia, Eslovaquia, Hungría y especialmente en Noruega, donde Vidkun Quisling gobernó de forma totalmente favorable a los nazis. El termino Quisling, en vários lugares de Europa, paso a significar sinónimo de colaboracionista. Tito lo aplicó a los fascistas croatas Ustacha que apoyaron a los nazis durante la invasión de Yugoslavia.
También hubo colaboracionismo durante a Segunda Guerra Mundial en los territorios soviéticos, donde nacionalistas bálticos y ucranianos colaboraron con las tropas de Adolf Hitler.
En España quizá el caso más sonado de colaboracionismo fue el de los afrancesados durante la invasión napoléónica de la Península Ibérica, que se frotaban las manos y brindaban cuando el ejército invasor francés descuartizaba (literalmente) a los españoles, como muestran los desastres de Goya.
En todo reino del terror que se precie de serlo, siempre ha sido inestimable la ayuda de estos personajes, ávidos de cargo y de reconocimiento, ansiosos por medrar servilmente a las órdenes del supuesto bando ganador. Son capaces de vender a su madre por un puñadito de higos, o más bien, por un despachito.
Ellos nunca tienen la culpa de nada. Esa es la llamada «defensa de Núremberg», con la que se trata de justificar toda suerte de actos ilícitos y extravíos de la conducta con el argumento de «solamente sigo órdenes».
Bajo los Principios de Núremberg, la «defensa de órdenes superiores» no es una defensa legal en contra de los crímenes de guerra, aunque tal defensa podía influir en la penalidad de la sentencia condenatoria.
«El hecho de que una persona haya actuado por orden de su gobierno o de sus superiores no le quita su responsabilidad bajo el derecho internacional, debido a que todavía tenía una opción moral.«
Las fuerzas armadas de los Estados Unidos modificaron su Código de Justicia Militar (Uniform Code of Military Justice) después de la Segunda Guerra Mundial. Incluyeron una regla que anulaba esta defensa, esencialmente estableciendo que el personal militar estadounidense está autorizado para no cumplir órdenes contrarias a derecho. Esta defensa continúa utilizándose, principalmente debido a que una orden contraria a derecho presenta un dilema ante el cual no hay un escape legal. Una persona que no de cumplimiento a una orden contraria a derecho probablemente terminará en la cárcel (y en algunos países puede incluso terminar ejecutado), y uno que acepte la orden probablemente terminará en la cárcel.
No teniendo bastante con esa pobre argumentación que a nadie exculpa, a renglón seguido suelen argumentar que si no hubiese sido por ellos, las cosas aún serían peores, y que han parado muchas acometidas que habrían terminado en desgracias o calamidades varias.
El colaboracionismo tiene varias vertientes. Está el colaboracionista convencido, que hace suya la causa del opresor. También está el colaboracionista discreto, que en la sombra va sembrando su semilla y ganado la confianza del poderoso con pequeños favores que no deben trascender. Pero, sin lugar a dudas, el peor colaboracionista es el traidor no declarado.
Sin embargo, pocos colaboracionistas se dan cuenta de que el dictador suele acabar sacrificándoles como meros peones, una vez que ya han jugado su papel con objeto de atribuirse sus «aciertos» y así evitar que le hagan sombra.
Por cierto, los de Núremberg acabaron suicidándose o en la horca.