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Otro proyecto faraónico: la terminal de Málaga, con faraón incluido

LUCAS MARTÍN. MÁLAGA.

El doble windsor resulta más aristocrático. La pajarita es la bohemia de los hombres de negocios. Málaga despertó ayer enferma del síndrome de tocador. La presencia del Rey espiga, favorece la elegancia. Se ejercitan sonrisas frente al espejo. Se busca el gesto noble y sofisticado. No se sabe por qué hasta que se atiende a la radio, hasta que saltan las letras en mayúsculas de los titulares de periódico, del dorso de los autobuses. El Aeropuerto inaugura su nueva terminal. Lo suficientemente lejos para disuadir a los curiosos, pero no para buscar la intimidad de las personalidades. Dos horas antes de la llegada del monarca, las instalaciones eran un hervidero de gente. Se necesitaba ser muy belga para no intuir que algo pasaba.
El séquito real ya no es una carroza, pero el protocolo sirve igualmente para rellenar un mural de Sorolla. Cada dos baldosas, surgía un hombre de negro con un equipo de telecomunicaciones soberbiamente instalado entre el mentón y la corbata. Había prisa, las ambulancias gobernaban las esquinas para evitar los sobresaltos. El primero nada más abrir la puerta. Una hilera de mujeres esculturales trazaba una medialuna a la entrada. Parecía el ejército amable de una revista de época, el sueño del español medio y con patillas, pura continuidad con el paddock de Bahréin.
Aena no ha escatimado en gastos. En mi pueblo, una vez hubo una inauguración y se tiró la casa por la ventana. Se llamó a la hija del lechero, que es modelo y tiene hasta su plaza de funcionaria. Poco que ver con lo de ayer. Detrás de las azafatas, la cadena de sillas. Las de las primeras filas, con nombre y apellidos. A Celia Villalobos, en calidad de representante de la mesa del Congreso, le tocaron socialistas en ambos flancos. El escenario perfecto para una mujer de raza, aunque ayer, por una vez, la refriega política quedaba al margen. Todo eran parabienes, alianzas insospechadas. Rafael Fuentes conversando animosamente con ediles del PP, el alcalde, Francisco de la Torre, a la derecha de la secretaria de Estado de Transportes, Concepción Gutiérrez. La fiesta era de Málaga y la charla casi siempre metatextual. Se hablaba de los beneficios para el Aeropuerto.
Cada uno contaba el proceso a la medida de su función. José María Gómez, vicepresidente de Aumat, relataba en código de testigo directo. Nada mejor que un taxista para la información de primera mano. Las obras–decía– se han hecho sin interrumpir la actividad y eso tiene mérito. Pocas veces coinciden en un mismo pabellón los líderes de tantos gremios. De la provincia no faltaba ninguno. Salvador Pendón, presidente de la Diputación; los responsables de la patronal hotelera, José Carlos Escribano; y del tejido empresarial, Vicente García, Javier González de Lara; la nómina casi completa de parlamentarios, de concejales,–Mariví Romero, Pedro Moreno Brenes, Diego Maldonado, entre otros–. También los jefes de las aerolíneas, Santiago Herrero, de la Confederación Andaluza de Empresarios; de las instituciones afines como Antonio González, de Adif; Rafael del Pino, de Ferrovial; y diputados, caso de Concha de Santa Ana, viceportavoz popular de la comisión de Fomento.
Había un nexo común. Dos, si se tiene en cuenta la corbata. Tres, si se considera el entusiasmo y la rapidez en la ejecución protocolaria. El primer paso de los Reyes en Málaga fue secundado por el silencio y una aplicación casi marcial en la alineación frente a los asientos. De nuevo, la extraña enfermedad de la elegancia. A mi derecha, ocupa su sitio Adolfo Domínguez. En la última fila, ajeno al protagonismo de las primeras plazas. Su conversación es reposada. Alaba la arquitectura de la terminal, especialmente por su luminosidad y altura. «Así se evita el consumo excesivo de aire acondicionado y las emisiones contaminantes». Una premisa elemental del diseño que el mundo ha convertido en extraordinaria.
Con la palabra oficial, también los sustos. El primero, más cómico. En mitad de la austeridad de los saludos, el alcalde de Alhaurín de la Torre, Joaquín Villanova, se abalanza sobre Don Juan Carlos. Le susurra algo al oído, luego llegan las risotadas. Por un momento, parecía un consejero áulico. El conde duque de Olivares, el Espartero de Málaga. Falsa alarma. «Majestad, ¿se acuerda de mí? Estuvimos juntos en una cacería en La Roda». Eso fue todo. Como los marqueses decimonónicos.
El Rey se trastabilló al subir al escenario. La cosa no pasó a mayores, un paso en falso que se corrige a sí mismo, está en forma el soberano. Su discurso, precedido por el de José Antonio Griñán, presidente de la Junta, puso fin al acto. Al impulso de la elegancia le salió competencia. De repente, el hambre. A los hombres sencillos siempre nos ocurre. Estamos acostumbrados a devorar langostinos después de escuchar al monarca. Pocos fueron los que se perdieron el cóctel. Ni siquiera el postulante a candidato del PSOE, José María Martín Delgado, últimamente habitual en las recepciones de oficialidad y canapé bien armado. Mientras anoto las palabras de Miguel Sánchez, presidente del Consejo de Turismo de la Confederación de Empresarios de Andalucía, diviso al ministro de Fomento, José Blanco, al fondo de la sala. Contra todo pronóstico, cambia de rumbo, sortea a una decena de compañeros de partido y se dirige hacia mí. Me saluda afectuosamente, casi con devoción, a pesar de que jamás hemos intercambiado una palabra. Por un instante, me siento el autor de moda en el Congreso. Estoy a punto de telefonear a mi editor para contárselo. La conciencia, fría y obtusa, me despierta. Lo más seguro es que se confundiera. Al fin y al cabo, ambos somos fervientes colchoneros y eso se lleva en la mirada.
A los Reyes no los atosigaron. Las escenas de pueblo son ya extemporáneas. El alcalde corrigió disimuladamente a uno de los camareros. «Primero a la Reina, luego a mí». Las buenas maneras se notan frente a una bandeja de queso. A apenas dos metros de Doña Sofía, el delegado de Economía y Hacienda, Enrique Benítez, hablaba con un periodista de esta casa sobre poesía escandinava. Debió ser por eso, pero poco a poco se empezaron a advertir las facciones más limpias, los rubios más rubios, las canas casi de nube de verano. La fábula estaba enlazada. ¿Representantes de otras casas reales? ¿Estirpe de Orleans? No, parlamentarios europeos, comandados por Magdalena Álvarez y el presidente de la Autoridad Portuaria, Enrique Linde. Una delegación de la comisión de transporte y turismo de la Unión Europea recién llegada con la intención de visitar la terminal y la estación de cruceros del Puerto de Málaga. Se abren las primeras líneas de negocio, el efecto de contar con unas instalaciones más preparadas. Los primeros en disfrutar de las vistas de la terminal fueron los representantes de Málaga. La visión, los Reyes subiendo al avión, despedidos por Blanco y un enjambre de consejeros, entre ellos, Rosa Aguilar, Rosa Torres y el titular de Turismo, Luciano Alonso. Muchos políticos, caso de María Gámez, delegada provincial de la Junta de Andalucía, conmutaron los refrescos por el cristal para observar el despegue. En la sala abundaban los elogios. La terminal convence en su arquitectura, apabulla con sus posibilidades. La salida, otra vez, protegida por las chicas de Bahréin, pléyade de azafatas. Rígidas, hermosas, profesionales. Los datos de la terminal están claros. Me queda una duda. No sé qué opina Adolfo de mi rebeca de paño. Hasta aquí, orangután vocacional, llega también el síndrome de las galas.

http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2010/03/16/dandole-cuentas-rey/327472.html

p.d. nótese el parecido sorprendente entre la terminal de Málaga y el Templo de Hatshepsut del valle de los reyes en Egipto:

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