Quema de brujas en la Plaza Mayor
Los controladores aéreos de este país nos parecemos cada vez más a esos ancianos abandonados adrede en residencias a los que nadie va a visitar. Se pasaron la vida trabajando, pero ahora solo les quiere su farmacéutico. Somos una realidad incómoda que se trata de ocultar, un «colectivo antipático» como nos calificó un político europeo recientemente. Si alguno se muere, mejor, que así la empresa se ahorrará unos buenos duros. Es este un país que no tolera que el vecino gane más que tu, y el revanchismo y la «malla follá» campan a sus anchas.
Ir a trabajar multitud de días seguidos con turnicidad escandalosa y desamparo social te sumerge en una realidad alternativa y despersonalizante que no le deseo a nadie, salvo tal vez a cierto ministro de pandereta y boquita de piñón. La falta de horas de sueño, el no poder ver a la familia ni a los amigos y el tener la sensación de haber matado a Manolete agravan más aún si cabe este estado de alienación perversa. Al cansancio generalizado, la apatía, la ira contenida y los atisbos de una depresión se suman la visión de túnel y toda una serie de extraños pensamientos que propician la falta de concentración y el rendimiento laboral, lo que en el caso de un controlador aéreo puede acarrear graves consecuencias para la seguridad, como si fuera de escasa gravedad todo lo anterior. La falta de horas de sueño en los servicios nocturnos agrava el problema. La salud se resiente, y van cayendo como moscas. Los controladores se pasean por las urgencias de la Seguridad Social suplicando una baja, por las consultas de los psicólogos y las echadoras de cartas a ver que les depara el futuro, por los bufetes de abogados que se frotan las manos ante tanta denuncia por tramitar.
Vas a trabajar y piensas: «¿cometeré hoy un error irreparable?». Respiras hondo, tratas de concentrarte y de dar un buen servicio, y piensas que ni los pilotos ni los pasajeros tiene la culpa de lo que te pasa. Luego piensas que dentro de seis días librarás uno, y centras tus pensamientos en esa liberadora jornada en la que al fin podrás ver a los niños, o a dar un paseo, o a ver a tu madre que vive sola. Salvo que aparezca alguien de «recursos humanos» con el nombramiento de un servicio exprés bajo pena de sanción, claro. Todo ello en aras de garantizar la «continuidad del servicio». Y te preguntas: «¿y la continuidad de mi vida?». Vives una realidad interrumpida de decretazo maldito, de acoso laboral, de «derechos relativos», y te tienes que conformar, o eso pretenden algunos. «Ganan mucho, luego no tienen derechos». Es tremendo, realmente.
Esta alienación que ya describiera Carlos Marx en El Capital, y que ha sido objeto de numerosos estudios psicológicos y sociológicos, se ve agravada por la aparición en escena de toda suerte de sujetos de baja estofa que pretenden hacer leña del árbol caído desde sus despachos con música «lounge», una foto del monarca y un ficus en la ventana. Urden malévolos planes mientras van al «trabajo» en su coche oficial, y se les llena la boca con su mezquina interpretación de una realidad torcida y manipulada, en aras de la cuenta de resultados y de la privatización bajo cuerda. Dan ordenes por teléfono para que no quede constancia documental de nada a sus mandos intermedios – esos afrancesados -, a los que no bajan el sueldo para fidelizar la obediencia debida y comprar sus voluntades.
Hay un sujeto al que cada vez que le veo me dan ganas de exiliarme a Islandia, territorio muy en boca de todos últimamente. Es ese ministro verborreico y lenguaraz aunque con pobre dicción que, embriagado del poder usurpado a mentes más brillantes, rivaliza con Belén Esteban (santa mujer y buena madre) en telebasura del pubis. Su mala baba es ya su mejor tarjeta de visita, a falta de otras cualidades como la talla política e intelectual. En el seno del partido son numerosas las voces discordantes con su tono, su afán de poder y su chulesca pose de salvapatrias, y se comenta que sus sesenta asesores se hacen cruces ante tanta saña incontenida. No me extrañaría que el acoso mediático del otro «presidenciable» de cuadra y joyería estuviese orquestado por este ministrucho, con objeto de barrer a rivales potenciales ante un más que probable adelanto electoral. El de la ceja parece no darse cuenta de que el lenguaraz le va robando terreno a cada día que pasa. Así es este sujeto que tantas pasiones levanta.
Cierto amiguito del terruño de este sujeto, su fiel lacayo a todas luces senil y a la sazón el mandamás del cotarro navegatorio, centra sus energías en descalificar a un colectivo profesional con epítetos como «chantajistas». Y lo que son las cosas: este sujeto ha simultaneado cargo público y privado durante seis meses, al ser consejero de una empresa del grupo constructor San José. Este sujeto, con estos mimbres, a mi no me va a dar lecciones ni de rectitud, ni de ética, ni de nada. Y su fiel esbirra y segunda de a bordo, dada al intercambio epistolar, tampoco.
Antaño se quemaba a las brujas – o a todo aquel que discrepara de los dogmas de fe – en la Plaza Mayor. Hoy ese dantesco espectáculo ha sido sustituido por el acoso mediático y las sentencias judiciales al dictado, pero el populacho enardecido disfruta por igual y el resultado es el mismo. Es tanta la mala baba que rodea a los controladores aéreos que me resulta milagroso que aun quede alguno. Que país, joder.