Helena Moreno: «El proceso mental para llevar aviones es el del tetris»
Gente corriente | Controladora aérea
Helena Moreno Controladora aérea. Esta supermujer es una de las veteranas del Centro de Control de Barcelona. En sus manos estamos.
–¿Nacida para el control aéreo?
–Mi madre era maestra de Sant Climent de Llobregat y un día llevó a los niños al Centro de Control de Barcelona. Al volver, me dijo que era un trabajo hecho a mi medida. Yo tenía 15 años, fui y me encantó.
–¿Por qué hecho a su medida?
–Soy una persona organizada, decidida y me gusta mandar. Estudié Empresariales, fui un año de au pair a Inglaterra para pulir el inglés y, al volver, preparé las oposiciones.
–¿Oposiciones a superhéroe?
–Cuando yo las hice eran ocho horas encerrada en un hotel haciendo psicotécnicos parecidos a los que se hacen para detectar superdotados, pero que valoran la resistencia. Recuerdo que una chica se fue llorando porque no la dejaron ir al lavabo.
–Algo más habrá.
–Me preguntaron por mis aficiones y les contesté que me encantaba jugar al tetris. El proceso mental que haces para llevar a los aviones es similar.
–¡Dios santo! ¿Qué sintió la primera vez que se puso a controlar?
–Nervios y mucha inseguridad. Temía no poder entender a los pilotos. Es muy diferente el inglés de Londres que el de Shanghái.
–A ver, ¿el que manda el avión es el controlador?
–El controlador marca las órdenes al piloto desde que despega hasta que aterriza. El Centro de Control de Barcelona se ocupa del cuadrante este de España –de los Pirineos a Alicante–. Esa porción está divida en sectores. Cada controlador lleva un sector, con una capacidad de 30 o 40 aviones a la hora.
–¿Cómo se puede atender a 30 o 40 aviones a la vez?
–Disponemos previamente del plan de vuelo, que llega a través de un sistema informático de toda Europa. La posición de control la llevan dos personas. Una se ocupa de las comunicaciones con los pilotos y la otra planifica los posibles conflictos que pueda haber. Normalmente hay unos 700 movimientos diarios, aunque algún lunes de Pascua hemos registrado hasta 1.100.
–Suerte que cobran ustedes una fortuna. ¿500.000 al año?
–¡Ni mucho menos! En el Centro de Control de Barcelona el sueldo ronda los 130.000 brutos al año, sin horas extras. El que hace muchas horas extras puede llegar a los 300.000. La escasez de personal es un mal endémico del control aéreo europeo.
–Eso, ¿por cuántos días de trabajo?
–Tres días trabajas, tres libras. 1.200 horas por el sueldo básico. Pero alguna vez he oído a un compañero decir: «Hoy me he ganado el sueldo de un mes». En una tarde de tormentas de verano complicada de gestionar acabas agotada mental y físicamente.
–No hay posibilidad de una escapadita a la máquina del café, vaya.
–Descansábamos el 33% de nuestra jornada laboral diurna. Ahora AENA nos ha reducido el descanso al 25%. Condición estresante que se añade al estrés propio del trabajo. Constantemente hay conflictos de aviones. En enero, hubo 22 bajas por ansiedad, estrés y contracturas. En abril, 48.
–No es de extrañar. Y pensar que en esos aviones van personas…
–No te puedes plantear eso constantemente, porque no serías capaz de hacer nada. Sí que lo piensas cuando tienes algún tipo de incidente.
–¿Alguna mala hora?
–Recuerdo mi primera emergencia. Una despresurización de un Air France que iba a Argel. En la vertical de Palma, descendió de 37.000 a 14.000 pies, con el inconveniente de que a 35.000 circulaba un Al Italia en sentido este. Hice que este diera un giro de 90 grados rumbo sur para ponerlos paralelos, y a la vez hablé con Palma para que apartaran los aviones de debajo. Todo en tres minutos.
–Le van los baños de adrenalina.
–No me encontrará usted nunca en el Dragón Khan… Buscar la manera de gestionar el espacio y el tiempo para que quepan más aviones es apasionante. Las situaciones críticas nunca son agradables. Pero cuando logras que un sector aéreo cargado de tráfico funcione –a base de «usted suba», «usted vire»– la adrenalina sube pero mantienes la calma.
–¿Y cómo demonios compagina todo esto con ser madre de tres hijos?
–Dos gemelos de 5 y una niña de 3. La ventaja es que no puedo llevar los aviones a casa. Cuando cierro la frecuencia me centro en ellos. En el trabajo controlo aviones y cuando llego a casa, controlo niños. Unos niños encantadores que se han acostumbrado a que cuando digo «es hora de cenar», es hora de cenar.