Manuel Marlasca.
No fui capaz de terminar de ver el acoso, que no el debate, a los dos controladores aéreos que cayeron en la trampa de acudir a la «Villa Certosa» española de Berlusconi, esa cadena de televisión llamada Telecinco, y en la que, al igual que en la villa sarda de «il cavaliere», pasean con las miserias y las vísceras al aire una variopinto ganado de este país. Ya saben que la «villa» está acargo de, al parecer, un gilipollas, que fue la definición que de Paolo Vasile (el «gobernador» que Berlusconi ha mandado a su colonia española) hizo María Teresa Campos que, por cierto, volvió a Telecinco, aunque por fortuna no participa de las orgías de «Villa Certosa».
Pero andaba yo en lo del acoso, que no el debate, a los dos controladores aéreos que cayeron en la trampa de acudir al programa de «La Noria», una de las orgías de peor gusto de la «Villa Certosa» española. Andaba yo también confesando que no fui capaz de terminar de ver el lamentable espectáculo, porque tengo que reconocer que, a mi edad, mi estómago no soporta ciertas impresiones, y tampoco era cuestión de pasar una mala noche por terminar de ver aquel guirigay. Había que ver la cara de susto de los dos controladores ante la imposibilidad de enhebrar un mínimo discurso, tapados constantemernte por descalificaciones, gritos, interpelaciones y acusaciones de un diputado socialista y varios periodistas, y aplausos de los espectadores que asistían al «circo» en el que unos valientes gladiadores se comían crudos a dos gatitos con el beneplácito del conductor del programa, que sólo intervenía para dar paso a la publicidad.
Vayamos aclarando: Los controladores aéreos son una casta; pero no distinta que los pilotos de líneas aéreas o los maquinistas de los ferrocarriles o los conductores del metro. Ni que decir tiene que sus salarios son mucho más importantes que los de los maquinistas o los conductores; y también bastante más que los de los ministros (la referencia no es mía, porque pienso que, proporcionalmente a lo que hacen, muchos ministros están demasiado bien pagados, sino del propio José Blanco, que es quien ha abierto el conflicto con los controladores áereos) y más también que un cirujano que salva muchas vidas. Quiero decir que los controladores, como los pilotos, los maquinistas o los conductores del metro tienen el poder que les da su especialización y su capacidad de paralizar algo tan sensible en el mundo de hoy como es el transporte, ya sea aéreo, ferroviario o en una gran ciudad. Bien reciente está el «reventar Madrid», la desafortunada pero gráfica expresión de un sindicalista en la reciente huelga del suburbano madrileño
De ahí a a criminalizar a esta casta, que son los controladores, media un abismo. De ahí a someterlos a un auténtico linchamiento en la «Villa Certosa» española de Berlusconi no hay derecho. De ahí a que sean periodistas, a los que les reconoce un meritorio currículo, los linchadores, produce vergüenza. Pero el programa cuenta con la ventaja de su propia impunidad; y los periodistas/linchadores, con su falta de escrúpulos. Por ejemplo, cuando uno de los periodistas descalificó (creo que dijo que era miserable) la referencia que había hecho días antes un controlador al accidente de dos aviones españoles en Francia, a causa de la sustitución entonces (ver mi anterior entrada en el blog) de controladores civiles por militares en el país vecino. Y osó aludir el colega a los accidentes aéreos courridos desde entonces sin controladores militares. El periodista, contagiado sin duda del espíritu de «Villa Certosa», se olvidaba del rigor: los tribunales franceses, no los españoles, y el Consejo de Estado francés culparon de aquel accidente a los controladores militares, pero ni uno solo de los accidentes aéreos ocurridos desde entonces en el entero mundo ha sido debido a un fallo de los controladores.
Los dos controladores que asistieron atónitos al espectáculo (a veces me pregunté por qué no se levantaban y se iban) estaban, naturalmente, neutralizados literalmente ante la dinámica del programa que consiste en ver quién chilla más. Porque si no lo huiberan estado, en un momento dado del progtama podrían haber dicho algo así como:
«Déjennos tan solo un minuto. Es verdad: ganamos más de 200.000 euros de media al año. Es verdad: trabajamos 20 horas a la semana. Pero tenemos bajo nuestra responsabilidad la vida de 20.000 personas cada día de trabajo. Tenemos aquí nuestras nóminas. No tenemos inconveniente en mostrarlas; pero sólo a cambio de una cosa: que ustedes nos enseñen lo que cobran por participar en este guirigay en el que son incapaces de hacer una afirmación con rigor y en el que su trabajo consiste en gritar más que los demás.»
Pero como sabía que no lo iban a decir, porque son profesionales del conrol aéreo no de la televisión, preferí irme a la cama. Me perdí -y bien que lo siento- otro espectáculo: Melchor Miralles y Alfonso Rojo unidos por ser víctimas ambos de Pedro J. Ramírez y separados por la enemistad entre ellos dos.
http://manuelmarlascasenior.blogspot.com/
martes 20 de julio de 2010
El pasado 13 de enero publiqué en el blog la entrada que reproduzco hoy en su integridad. Entonces, la sustitución de controladores civiles por militares era solamente una argumento de tertulias. Hoy, con el anuncio del ministro José Blanco de que ya se ha acordado esta operación con Defensa, que sería puesta en práctica en caso de necesidad, recobra rabiosa actualidad. Por eso reitero el título de entonces, dedicado al ministro de Fomento.
«Impecable la comparecencia parlamentaria del ministro de Fomento, José Blanco, para hablar de la gestión en los aeropuertos españoles. Incontestables los datos aportados por el ministro, porque las cifras son tozudas. Intolerable la actitud de los controladores, y no precisamente por la revelación de sus salarios, más próximos a los escandalosos bonus de los dirigentes bancarios que a los ingresos de sus colegas de otros países de nuestro entorno, que van de la mitad a la tercera parte de lo que ganan los miembros de esta casta que ponen al país contra las cuerdas a la menor discrepancia con AENA, organismo autónomo al que pertenecen los controladores. El problema es cómo ponerle el cascabel a estos gatos, si todos ellos han obtenido la plaza por oposición y, además, no son fácilmente sustituibles, por cuanto se requiere para el desempeño de su función un altísimo nivel de inglés y dos años de formación.
Vengo escuchando desde ayer, además de la sorpresa ante los 900.000 euros anuales que alguna figura del control aéreo se lleva o la media de ingresos de todos ellos, que triplican los de sus colegas franceses, las más variadas reacciones: desde la de que «muy bien, pues que paralicen el país, pero que AENA no cede ante sus reivindicaciones» hasta quienes tímidamente, es verdad, proponen su sustitución por controladores aéreos militares.
Extraigo de la memoria el Plan Clément Marot que el Estado francés desencadenó a finales de febrero de 1973, ante una huelga de los controladores de la seguridad aérea (obsérvese que en el país vecino se subraya lo de «seguridad»). No se cedió a sus reivindicaciones, sino que fueron sustituidos por controladores militares… hasta que dos aviones chocaron en vuelo sobre territorio francés. Lo tengo bien grabado en la memoria porque andaba yo por aquellas calendas trabajando como reportero (honrado mercenario, que diría Arturo Pérez Reverte) en la inolvidable redacción del diario Pueblo. ¿Cómo se me va a olvidar aquella catástrofe sobre la vertical de Nantes, si los dos aviones, protagonistas a la fuerza, fueron un DC 9 de Iberia, cuyos 63 ocupantes murieron, y un Convair de Spantax -compañía también española-, que consiguió realizar un aterrizaje de emergencia en la cercana base de Cognac, a pesar de que se había dejado parte de un plano en el choque? ¿Cómo se me va a olvidar si conseguí la entrevista con el heroico comandante del Convair, cuestionado durante el tiempo que duró la encuesta de la Comisión de Accidentes, porque el choque se produjo en el curso de un 3.6.0 (un giro de 360 grados), iniciado precisamente para que el paso por una baliza se produjera a la hora que le había dicho el controlador militar, que desgraciadamente hacía inevitable el choque con el avión de Iberia, que volaba a la misma altura de 29.000 pies (unos 8.500 metros), lo que, obviamente, desconocía el piloto que, como es lógico, comunicó su maniobra al control con el que estaba conectado y que era el mismo que daba instrucciones al comandante del DC 9 de Iberia?
Dos sentencias del Tribunal Administrativo de Nantes repartieron la responsabilidad del accidente: el 85 por 100, culpa de los controladores militares; el 15 por 100, del piloto español. Pero el Consejo de Estado francés puso las cosas en su sitío posteriormente y en un modélico fallo exculpó absolutamente al piloto del Convair, cuyas maniobras fueron las adecuadas en todo momento. La culpa, en fin, dice la sentencia, fue de los controladores militares, por lo que el Estado francés, como responsable civil subsidiario, tuvo que hacer frente al pago de todos los daños e indemnizaciones por la catástrofe.
Recomiendo al ministro Blanco, ante cuya eficacia me descubro al tiempo que reconozco mi error al criticar duramente su nombramiento al frente de la cartera de Fomento, la lectura del análisis que Frank Moderne, profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas de Pau, hizo en su momento de la sentencia del Consejo de Estado francés. Y, por cierto, antes de abordar iniciativas que reduzcan aunque sea en un mínimo porcentaje la seguridad aérea, hay que pensárselo dos veces. Cuando el gobierno francés puso en marcha aquel suicida Plan Clément Marot, con los controladores militares ordenando el tráfico aéreo civil por los cielos de Francia, la sueca SAS, la británica BEA y la alemana Lufthansa se negaron a que sus aviones atravesaran esos cielos. Desgraciadamente, Iberia y Spantax creyeron que podían hacerlo.»
Publicado por Manuel Marlasca, senior en
02:04:00