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El torpe intento de AENA por ocultar la verdad y su política del cortijo

 

Eloy Orgaz

La política de comunicación y de recursos humanos de AENA, que van de la manita, se parecen cada día más a los hechos narrados por la magnífica novela de Miguel Delibes Los Santos Inocentes. Dentro de poco querrán que los controladores entonemos el «milana bonita» a los señoritos Lema y Librero mientras nos hacen sudar, a los controladores y al resto de trabajadores del «ente», para ganarnos el jornal.

Esta política empresarial a lo cortijo andaluz, chusca y de baja estofa, dice mucho de unos señoritingos de medio pelo que se creen dueños de un cortijo que no les pertenece y que es de todos los españoles.

La cosa, el ente, hace aguas por todas partes, pero estos dieciochescos personajes tan amigos del látigo y el tazón de gachas para sus empleados siguen enarbolando las mismas consignas que nos vienen colando por vía inguinal desde enero, con escasa imaginación y machacona repetición. Los mensajes de AENA se han centrado en un decálogo de parvulario simple y efectista que llama a los instintos más bajos de una sociedad española azotada por la crisis económica, el paro y la envidia del capón ajeno en mesa bien puesta.

Enseñan a sus bustos parlantes un discurso basado en la desacreditación goebbeliana, pero no entran en el debate técnico ni en las razones de fondo. Por cada vez que estos atiplados burgueses venidos a más dicen la palabra «privilegio» y escurren el bulto sobre las cuestiones de fondo -la seguridad, el futuro de los trabajadores de AENA, la responsabilidad con el pasajero y con las compañías aéreas-, todos volamos un poquito menos seguros y la verdad sufre una nueva agresión que la hace sangrar de dolor.

Intentar desviar la atención de la opinión pública mintiendo deliberadamente cuando se plantea la posibilidad de un cierre del espacio aéreo por la jornada anual que ellos mismos demandaron a sus mayores con el decretazo de la Ley 9/2010 es infame, como infame fue el pretender que los controladores españoles trabajasen por ley más que en cualquier otro país europeo, salvo Albania. Intentaron tapar sus desatinos en la programación de tunos y la falta de formación de nuevos controladores con el látigo de una ley cortijera y dictatorial que ahora se ha demostrado ineficaz para asegurar la continuidad del servicio de control.

Ya solo me falta por ver que alguien se me acerque por detrás y me clave una inyección de esteroides en la base del cráneo para que produzca más, o con la oscura intención de que me reproduzca y les salga un controladorcito de la nada. Aun sudando la camiseta como el pobre jornalero andaluz de Los Santos Inocentes, estos señoritingos de AENA no se dan cuenta de lo esencial: que no hay controladores suficientes, y que los que aún no han sucumbido a sus tropelías están extenuados y al borde de las 1670 horas anuales de la famosa Ley.

También terminológicamente emparentado con el cortijo, se están confundiendo las churras con las merinas. ¿Alguien ha visto el resultado de la investigación que el Sr. Ministro blanco decía que emprendería en el verano sobre el supuesto absentismo deliberado de los controladores? Pregunten ustedes, a ver si encuentran el famoso informe. ¿O no será que esta vez los controladores también han urdido una secreta conspiración con los médicos de este país para escurrir el bulto y así escapar del látigo de su señor?

A lo mejor la cosa termina a pedradas y se acaba expulsando al cacique de su poltrona.

Pero las pedradas les van a venir de donde menos se lo esperan, y si no al tiempo

 

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