Predicando en el desierto de la infección
Eloy Orgaz
Se lo dijimos. Se lo advertimos. Llevamos un año predicando en el desierto. Y nadie nos ha escuchado.
Los controladores aéreos llevamos un año cacareando que lo nuestro no era lo importante, que detrás se escondía una farrullera política de hacer caja para pagar la monumental y desmedida deuda del ente AENA, de más de 12.000 millones del ala. Lo nuestro, lo de los sueldos, es el chocolate del loro, señores.
España se vende en trocitos al mejor postor. Las agencias de calificación nos ponen a caldo y la peseta volverá a nuestras vidas si esto no se soluciona. Y en medio de todo el follón, como alces deslumbrados por los faros de una camioneta, sesudos tertulianos, afamados periodistas, trabajadores de AENA y ciudadanos españoles que apenas llegan a final de mes contemplan hoy asombrados el anuncio de la privatización de AENA y la subasta pública de Barajas y El Prat. Hagan juego señores, que me lo quitan de las manos. Lo de la privatización de las loterías, la empresa pública que más ingresa en las arcas del estado, es muy notorio, y al final del artículo hablaré del sorteo de navidad.
Esta tarde, en el programa de Alsina en Ondacero, un tertuliano decía: «he consultado las estadísticas oficiales de AENA, y, ¿a que no adivinan cuantos pasajeros tuvo el aeropuerto de Huesca-Pirineos el mes pasado? ¡ 8, solo 8 pasajeros ! ¿Pero quien va a querer comprar esto?»
Cuando nosotros ya anunciamos hace un año que lo nuestro, lo de los controladores, era una burda cortina de humo, y que el verdadero problema era la deuda de AENA por construir aeropuertos de mármol de Carrara a los que no vuela nadie la gente no nos escuchó: se tragaron el bonito anzuelo del Ministro Blanco, el de las pompas propagandísticas, el hijo de la modista y el peón caminero sin estudios superiores, el «enfant terrible» del Partido Socialista Obrero Español, que tiene de obrero lo que yo de bombero y al que le debe de haber jodido sobremanera no haber sido elegido delfín de Zapatero, que ha confiado en las buenas artes de Rubalcaba, bioquímico de profesión, para que haga sus magias. Queriendo pasar de Pepiño a Don José este ministro bajito, rencoroso, sin preparación intelectual alguna, hincó sus colmillitos en una presa fácil y llamó a los más bajos instintos de una sociedad enferma en la que la envidia no se afecta por la crisis. Y para que nadie sienta lástima de los controladores», decía en un foro de economía.
Pues bien, ahora nadie le tiene lástima al Ministro que no llegó a ser vicepresidente y que cosechará lo que ha sembrado: odio, rencor, amargura, malestar, saña y destrucción. Su obra canta por si misma y le representa fielmente.
Casi un año después de nuestras advertencias, España ocupa el segundo lugar en la UE en demoras de los vuelos y los incidentes se han disparado. Las compañías aéreas han perdido millones. Los pilotos (alguno, los simplones), cabreados como monas, han soltado por frecuencia toda clase de improperios contra los controladores aéreos, y resulta que ahora se van a echar a las calles demandando unas jornadas y unos tiempos de descanso que, a nosotros los controladores, se nos han impuesto por Decreto Ley, sin negociación colectiva y sin estudio de riesgos laborales. Y esa imposición, además, estaba mal calculada: el máximo legal anual de 1670 horas laborales de la Ley 9/2010 le ha salido a AENA por la culata, a pesar de los plenos poderes concedidos por sus amiguitos de Fomento. Ni sumar saben. Los controladores aéreos hemos trabajado a destajo, y ya está todo el pescado vendido. ¿Que se inventarán ahora? Saben que no reina el mismo clima político que propició esta barbaridad que se llama Ley 9/2010, y a su vez no pueden reconocer públicamente su error. Saben que el colectivo de controladores aéreos está más unido que nunca y que sus tácticas de «unión busting» no les han funcionado.
Las compañías aéreas, que saben de que va todo esto, echan más leña al fuego y nos acusan de huelgas y de ser unos facinerosos y bribones, cuando lo cierto es que han podido hacer crecer sus cuentas de resultados gracias a nuestro trabajo, bien remunerado en el pasado, pero a mansalva y a petición de la empresa. Y siguen implorando a su Señor Pepiño, invisible en los últimos días, que meta en cintura a los controladores, porque conviene para la privatización. Pero hete aquí que el Pepiño, traidor entre traidores, les asesta una puñalada trapera y les sube las tasas aeroportuarias. Esto es lo que pasa cuando uno se busca aliados de dudosa palabra y capacidad. Y entre tanto, achacan todas sus deficiencias de programación a los controladores para no pagar indemnizaciones a los pasajeros pasando consignas a sus pilotos y a su personal de tierra.
AENA quiere ingresar 9.000 millones con la privatización, pero se encuentra con un serio problema: los que podrían ponerlos, las constructoras, los de siempre, no tienen un duro. Porque quien les fiaba, la banca, ya no lo hace. Nos encontramos así con un bonito nudo gordiano al que hay que añadir el avispero sindical que se van a encontrar los compradores de los aeropuertos. Miles de trabajadores descontentos, no solo controladores, que recelan del nuevo patrón como se recela del lobo que entra en el gallinero.
En suma, una infección-sainete de proporciones bíblicas cargada de pus que solo puede tener un final: la explosión del grano infectado llamado Juan Ignacio Lema Devesa (Presidente de AENA) y su fiel compañera en la pústula Carmen Librero Pintado (Directora de Navegación Aérea), artífices en la sombra de esta perversa maquinación.
Tal vez el bioquímico pueda sanar la herida centrifugando a estos dos elementos indeseables, incapaces y de mala baba del panorama aeronáutico español y así todos podamos intentar recobrar cierta clase de normalidad.
Lo único bueno de todo esto es que en la lotería de navidad volveremos a escuchar el soniquete de los niños de San Ildefonso cantando los premios en pesetas, que todo el mundo sabe que daba más gustirrinín, aunque parte de las ganancias sean para los cuatro amigos de siempre de este Gobierno que está hundiendo España y que es incapaz de reconocerlo.