Rajoy no debe prestarse a prorrogar el estado de alarma
El Gobierno ha tenido un año y las manos libres para resolver un conflicto sindical y laboral, pero José Blanco ha fracasado clamorosamente y ahora se esconden detrás de los militares
José Antonio Gundín
Si en una misma semana, en cualquier país occidental, se produce la conjunción de varias calamidades debidas a la mano humana (paralización del espacio aéreo, declaración del Estado de Alarma y constatación empírica de que la educación está a la cola del mundo avanzado), lo razonable es pensar que su Gobierno está en trance de dimitir en bloque y de convocar elecciones generales. Es lo razonable en cualquier país democrático, pero no en España. Aquí, donde en los últimos días ha habido un congreso extraordinario de calamidades, el Gobierno encima saca pecho y se proclama campeón de invierno por haber militarizado a los controladores aéreos, intervención de la que sin duda estarán muy orgullosos todos los progresistas y socialistas del país. No hay nada como la vista de un uniforme para que la izquierda vibre de emoción.
Pero en vista de que nadie se mueve, de que incluso el ministro José Blanco, el verdadero instigador de la debacle aeroportuaria, se pone de perfil, resulta necesario recordar que España es el único país occidental en Estado de Alarma y no porque haya sobrevenido una catástrofe natural, un accidente terrible o la caída de un meteorito gigante, no. La causa es un conflicto laboral que el Gobierno ha sido incapaz de gestionar y resolver en más de un año de negociaciones, sobre todo a partir del mes de febrero, cuando el PP le dió a Fomento manos libres para arreglar el entuerto. O sea, vivimos una situación legal excepcional para suplir la incompetencia de nuestros gobernantes, que se dicen socialistas pero que tratan a los trabajadores con un desprecio que ni los ultra liberales más enfebrecidos se atreverían a emplear.
Por tanto, cabe esperar del líder del PP, el aclamado «presidente, presidente» Mariano Rajoy, que en la sesión parlamentaria de este jueves se oponga enérgicamente a prolongar el Estado de Alarma, que desnude a un Gobierno que se ha escudado en el Ejército para hacer frente a un conflicto sindical y que exija la inmediata retirada de los militares de las torres de control. Zapatero ha tenido todo un año para buscar alternativas y soluciones a los controladores díscolos, desde formar nuevos profesionales hasta contratar en el mercado internacional, pasando por una buena negociación. Si su ministro de Fomento se ha conducido como un perfecto incompetente y un sectario, que lo releve, aunque se llame José Blanco y sea el número dos del PSOE. Pero de ningun modo puede prestarse Rajoy a este abuso.
Tampoco deben echarse en saco roto las dudas sobre la constitucionalidad del decreto que declaró el Estado de Alarma, pues no parece que se éste el mecanismo adecuado para poner fin a un conflicto laboral. Si a nadie del Gobierno se le pasó por la imaginación declarar el Estado de Alarma con motivo de la huelga salvaje de Metro que «reventó» a dos millones de madrileños, ¿por qué se trata a los controladores por distinto rasero cuando el número de pasajeros afectados es mucho menor? En todo caso, ¿no habría sido más adecuada a la Ley le declaración del Estado de Emergencia? El debate, lejos de ser un mero ejercicio académico, es crucial porque si se demuestra que el decreto del Gobierno es inconstitucional, todos los procedimientos judiciales abiertos contra los controladores podían quedar en papel mojado.
Por lo demás, anótese para la crónica negra del sindicalismo español el silencio sepulcral de los dirigentes de UGT y CC OO. Ante la más grave situación que ha vivido la navegación aérea española en estos 32 años, causada por un conflicto laboral, los líderes sindicalistas han desaparecido de la faz de la tierra y del radar de los derechos obreros. ¿Alguien entiende algo? Luego se quejan de que el prestigio del movimiento sindical esté bajo mínimos.
Otra incongruencia, más chusca que la anterior, a la que asistiremos en el debate de este jueves: los nacionalistas vascos apoyando la militarización del espacio aéreo. Incluido el «espacio aéreo vasco». Si Sabino levantara la cabeza.