Las barbas afeitadas de los vecinos
09.04.11 – 00:45 –
Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar, reza uno de nuestros refranes más viejos y más conocidos, de noble origen latino, usado en la Edad Media y en la actualidad. Empleado, entre otros muchos, por el Arcipreste de Talavera, clérigo tal vez asilvestrado («quando la barba de tu vezino vieres pelar, pon la tuya de rremojo»), y el humanista Hernán Núñez de Toledo, príncipe de los helenistas españoles («quando la barba de tu vezino vieres pelar, echa la tuya a remojar»), fue recogido por Sebastián de Covarrubias en su ‘Tesoro de la lengua castellana’ (1611) y también figura en la primera edición del Diccionario de la Real Academia (1726), siempre registrado con la misma acepción, archisabida: tómese ejemplo de lo sucedido a otros para «vivir con cuidado, recato y prevención», escarmentando en cabeza ajena. Da igual. Música de viento, silbidos al aire. Nadie se da por aludido ni se inmuta. Repárese, verbi(des)gracia, en el rasurado de los aeropuertos de nuestros vecinos.
Pomposa y triunfalmente anunciado como el primero en España de carácter privado, envidia del resto de las autonomías y asombro del mundo entero, el de Ciudad Real se hundió con estrépito tras haber sacrificado bastante más de mil cien millones de euros, asestando la puntilla a la economía maltrecha de Caja Castilla La Mancha (CCM), a cuyo frente Juan Pedro Hernández Moltó, justiciero implacable de Mariano Rubio, ha sentado plaza de campeón del descaro.
Derrumbada esa faraónica fantasía manchega, ahora ha caído el aeropuerto de Huesca, que ha pasado a la inactividad absoluta desde el récord de la infrautilización, con un solo vuelo a la semana durante la temporada de esquí, vuelo que además estaba subvencionado por el Gobierno de Aragón a través de una sociedad de carácter mixto. Sin movimiento de viajeros ni danza de aviones, la plantilla de Aena, el personal de limpieza y los vigilantes (en total cerca de cuarenta personas) harán lo que puedan para gozar de la primavera, refrescarse durante el verano y superar las destemplanzas del otoño de brazos cruzados, a la espera de las nieves del próximo invierno. En esa estación, si el tiempo acompaña, tal vez vuelvan a disfrutar del alboroto de una operación cada siete días. Al decir de quienes lo han visto, allí no se aprecian síntomas de estrés ni brotes de fatiga laboral, tampoco se advierten gestos de cansancio y las instalaciones están como nuevas, algunas sin estrenar. La tranquilidad es completa, reina la calma.
Según Antonio Machado «de diez cabezas, nueve/ embisten y una piensa». Pues entre las diez cabezas o los diez cráneos privilegiados de los impulsores de ambos aeropuertos, parece que las diez embistieron contra la lógica a costa del presupuesto. En fin: cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. Hay quien sospecha que esto de los aeródromos nos dispensará más disgustos. Pero no solo por las estribaciones de los Pirineos ni en un lugar de La Mancha.