El entorno de Zapatero achaca la crisis interna a un complot urdido por Blanco
M. L. Alonso. Madrid
«Zapatero ha sembrado tantos odios dentro del partido que, en cuanto le pongan la zancadilla, nadie le echará una mano para que pueda levantarse”, afirmaba categórico un ex colaborador del presidente del Gobierno hace unos meses. Esa caída ya no tiene remedio. Zapatero se ha dado de bruces con la realidad.
Su precipitado hundimiento tiene en él a su principal causante. Así lo admiten los que han formado parte de sus equipos. Su soberbia le llevó a apartar a muchos de ellos de sus responsabilidades y a caer en la trampa de devolver el aparato de Ferraz a la vieja guardia. Los autores de esa ratonera en la que se ha metido el jefe del Ejecutivo tienen nombres y apellidos, y el entorno de Zapatero insiste en culparles del momento crítico que vive el PSOE. Son José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba.
Los hechos que han acontecido en los últimos días comenzaron hace años. Algunos socialistas los fechan en 2003, cuando el irreductible vicepresidente primero retornó a la cúpula socialista de la mano del entonces secretario de Organización. “Blanco es el gran traidor de Zapatero”, proclaman con dolor muchos de los que todavía confían en un golpe de efecto del presidente que tire por tierra la conjura.
Blanco usó entonces su cercanía con Zapatero para derribar a los representantes de Nueva Vía, con los que estaba enemistado. Su ascensión a Fomento en 2009 supuso un cierto golpe para él, que se resistía a perder el poder del aparato federal. Fue sustituido por Pajín, con la que nunca logró entenderse. Trabajó de forma paralela a la número tres del PSOE para garantizarse el apoyo de los nuevos líderes autonómicos y colocó a sus peones (los jóvenes diputados Antonio Hernando, Óscar López y Pedro Sánchez) a recorrerse las federaciones. Entre medias, su relación con Rubalcaba se afianzó y muchos consideran que los meses que siguieron a mayo de 2010, cuando el hundimiento de la economía española parecía sentenciar a Zapatero, se gestó el complot. En octubre Blanco se entregó a Rubalcaba confiando en repartirse el poder. El ministro de Interior sería el candidato y él quedaría como secretario general. Tras la remodelación del Ejecutivo –que Zapatero pactó con Blanco, Rubalcaba y Pajín, y que acabó con la caída de la vicepresidenta Fernández de la Vega y la ascensión del ahora aclamado candidato–, se inició la operación. En el mismo golpe Leire Pajín fue apartada de Ferraz. Ese mes de octubre Blanco pactó con los líderes de Murcia, Pedro Saura; La Rioja, Francisco Martínez Aldama; Valencia, Jorge Alarte; el gallego Patxi Vázquez y Óscar López, de Castilla y León, su apoyo a una candidatura de Rubalcaba. El ministro de Interior ya tenía garantizado los votos de Guillermo Fernández Vara y Patxi López. José Antonio Griñán y José María Barreda se mantenían a la expectativa, especialmente el primero, cuyo enfrentamiento con Manuel Chaves le puso en contra de Rubalcaba.
Tras un intento de tirar la toalla en marzo, frenado por sus más fieles, llegó la comida en La Moncloa en la que el presidente pactó con sus dos traidores la celebración de elecciones internas. Lo que ha pasado la última semana ya lo conocen. Los hombres de Rubalcaba pidieron un congreso en el que limpiar Ferraz del zapaterismo. Chacón renunció, según dijo, por lealtad a su jefe de filas y el presidente aguantó el primer asalto tras la reunión de barones y el comité. Está por ver cuánto tiempo más aguantará Rubalcaba sin enviar a sus hombres a pedir la cabeza de Zapatero y, si es necesario, las elecciones anticipadas.