La sorprendente historia de un controlador español «exiliado» en Irak
Es 1 de julio y comienza mi primer viaje camino a Baghdad. Cuatro de la madrugada… esto va a ser duro.
Parecería sensato pensar que iba a estar algo más animado al iniciar esta nueva fase de mi vida, pero se juntan demasiados factores a mi alrededor que me conducen a lo contrario. Espero que se me pase.
Por una lado ese sentimiento, tan real, literal y ahora mismo, devastador, de que cada vez hay más millas entre los míos y yo, y que no hay nada que hacer hasta dentro de 10 semanas, es decir, una eternidad y muchas, muchas horas de Skype. Recuerdo cuando era niño y el tiempo pasaba a cámara lenta, aquella sensación de que cada curso duraba como 3 ó 4, o que la víspera de reyes era más larga que las demás, por no hablar de lo lentamente que se pasaban las horas de los viajes confinados en aquellos coches sin aire acondicionado, con tufo a tabaco y por carreteras que reptaban a lo largo de rutas incompresibles para alguien tan del gusto tunelador de Gallardón, por lo menos podíamos subirnos a la bandeja trasera y jugar a ser el perrito de cabeza floja tan de la época. Ahora los niños ven pelis en el iPhone de papá sentados en sus asientos de “Cars” o de princesitas.
Por otro lado, tengo la constante impresión de que se me olvida algo importante, No es el ordenador, por motivos obvios, bueno, obvios para cualquiera que no sea tonto o político. No es el pasaporte, ni el billete, porque estoy escribiendo esto desde el asiento 7F (ventana, claro, y acabo de hacer una foto de lo que, según la tele del avión, es Baleares, parece un buen día para los comercios: está todo cubierto de nubes).
Está siendo un vuelo con una tripulación de lo más agradable y que no para de traerme avellanas camino a Estambul (había oído que la avellanas turcas eran excelentes, ahora puedo dar fe, pero ya no quiero más, gracias). Así que debe ser otra cosa lo que olvido, pero sigo sin saber qué es. Tranquilo, si lo averiguo lo compartiré para echarnos una risas. Y ahora cierro la tapa del portátil que me van a servir la comida… Ahora vuelvo…
…Aproximadamente 30 minutos más tarde…
Aquí estoy de nuevo, y siguiendo con lo de la tripulación, son realmente agradables. Ya me había comentado un ex-compañero de empresa, que no de profesión, las virtudes de Turkish Airlines y suscribo palabra por palabra sus elogios. Incluso en la bandeja de comida te incluyen un mini salero/pimentero que no he podido acabar, y mira que me gusta la pimienta, pero es que traía mucho mas que los 37 “pizcos” (como diría mi querida Alía) de pimienta a los que estamos acostumbrados los que, de vez en cuando, volamos por esa España nuestra que se cae a pedazos, igualito que las compañías con sede en, otrora, tan magnífico país (que para “ser”español, además de serlo, hay que merecerlo).
Volviendo a lo del estado de ánimo. Sigo sin ánimo. Quizá va a ser porque tampoco he dormido demasiado, claro la casa estaba tan vacía… y así, sin ruido, no hay quien duerma… vaya, nunca pensé que llegaría a decir esto.
También se une, a todo lo anterior, el hecho de que esto de los aeropuertos, y sus medidas de seguridad, se me hace cada vez más pesado.
Nos controlan todo y, cuando digo todo, quiero decir todo.
Al pasar, en la T1 de Barajas, por el “arco del triunfo” de la política del terror (inventada para hacernos creer que estamos en constante peligro) y más comúnmente conocido como “detector de metales”, la posterior y preceptiva invasión de tu intimidad, tanto física como electrónica, y el paso de tus enseres por una ducha radiactiva, crees que ya ha sido suficiente y que te van a dejar en paz un rato, pero, no.
Siempre hay alguien que quiere más y ese me ha tocado a mí.
Me ha escaneado la maleta tres veces hacia adelante y hacia atrás, no sé si se había atascado la máquina o si andaba buscando algo, al final ni una mirada, ni un gesto, ni una palabra… y yo que pensaba que después de tanto tiempo querría intimar.
¿Qué hago agarro la maleta y sigo con mi vida? El caso es que me parece un poco arriesgado, este esperpento de congénere podría opinar que huyo y se me podría echar encima con alguno de sus colegas, por eso, y después de echar un vistazo y ver que los otros no eran más que versiones acomplejadas de funcionarios policiales, decido que lo mejor es quedarse plantado, y ver por donde respira el colega.
Me quedo plantado.
De pronto, este portento de la evolución en forma de agente de seguridad (privada, eso sí, ¿para qué vamos a utilizar a los cuerpos de seguridad del estado que pagamos todos? Por eso no bajan las tasas) bufa un “continúe, por favor, continúe”, que a mí me ha sonado más bien a “¡¡pero qué cojones haces ahí parado… anda, tira, tira…, cagüentó!!”.
Tiro, tiro.
Este lamentable aunque, por ya desgracia, cotidiano espectáculo, ha incluido presenciar como el mencionado e impresentable espécimen de ser humano, que se hacía pasar por agente de seguridad (¡joder! tenía tatuajes hasta en el escroto, bueno, imagino, porque el resto lo tenía «petao»), demostraba sus innatas dotes para la detección de terroristas y artículos peligrosos, haciendo que la pasajera que iba delante mía le entregara “i-n-m-e-d-i-a-t-a-m-e-n-t-e” un envase altamente sospechoso de unos 33cl. con lo que tenía todo el aspecto de ser un terrible y peligrosísimo agente químico, eso sí, incoloro y en estado líquido.
No, no te confundas, cualquiera habría pensado que era una botella de agua medio vacía, vamos hasta yo lo hice, pero claro, nosotros, la gente normalita, no tenemos el increíble entrenamiento y talento de estos individuos. Lo que estos tipos tienen es un entrenamiento superior. Practican y practican en unas escuelas muy secretas y altamente especializadas, hasta desarrollar ese instinto, esa perspicacia, ese sexto sentido… nada se escapa a esa mirada vigilante e inquisitiva, si tienes algo que ocultar estás perdido, mejor te entregas voluntariamente y a lo mejor evitas la paliza correspondiente.
Yo habría pensado que aquella mirada parecía más bien tener un aspecto a medias entre ebrio (vamos, pedo) y de síndrome de abstinencia, pero obviamente estaba equivocado.
Llamarle animal sería injusto para el resto de las bestias.
Y es que, ya se lo decía yo a alguien hace no mucho: la reinserción de los criminales está sobrevalorada…
Vamos a ver, ¡capullo!, que esta pobre mujer ni tan siquiera habla tu idioma. ¿Te coscas? Que no, que no te entiende, ¡soplapollas!, bueno ni yo, pero, por lo menos, he “pichao” algo, y “ejqueee” si no pones un poquito de tu parte el temita comunicación va a estar complicado.
Pero…, creo que me estoy precipitando, he a olvidado la alta preparación a la que someten a estos… sí, ¿por qué no decirlo? Soldados del ejército de la tranquilidad del viajero que, en un nuevo alarde de compromiso con su trabajo y con el servicio que su colectivo presta a la sociedad, ha indicado con una claridad similar a la del peligroso líquido, -ahora ya en poder nuestro intrépido agente-, que tenía que volver a pasar la maleta por el túnel de Rayos X. Omitiré la descripción de los gestos utilizados por semejante bruto, o cómo se le desencajaba la cara a la pobre señora, hasta que finalmente comprendió lo que quería el aquel verraco disfrazado con traje de seguridad.
Encontrándome en semejante estado de ánimo que era algo así como entre indignado (por seguir la moda), cansado, triste y hastiado, y recordando que con una de las tarjetas de crédito que las entidades financieras regalaban antes de la crisis, tienes acceso a la sala VIP de Barajas, para allá que me fui… Ha sido entonces cuando de repente todo ha encajado:
Y es que, después de mostrar mencionada tarjeta en la entrada y recibir la bienvenida, con una amplia sonrisa, de dos azafatas con uniforme de (no sé si podré escribirlo sin que tiemble el pulso) guantAENAmo, comienzo a comprender porqué no estoy más animado. Pues claro, memo, aún estás aquí y rodeado… hay logotipos por todas partes, la cantidad de carteles que inundan los aeropuertos es abrumadora, pequeños, grandes y ostentosos, de todo tipo y en todas partes está el logotipo del que huyo.
No hay manera, me persigue hasta la puerta de la Sala VIP, dentro ni te cuento.
En fin, bajo la vista hacia el mostrador y pregunto en un tono casi afirmativo, ¿hay WIFI, verdad? Las dos azafatas responden casi al unísono: -pero, de pago.
Evidentemente, guantAENAmo tiene que mirar sus cifras… ya lo dijo el “menistro”.
Dejo de escribir para mirar por la ventana, en un intento por borrar esos pensamientos impuros que se agolpan en mi cabeza queriendo llamar la atención de mis dedos para acabar escritos aquí, pero la otra parte de mí, que he puesto al mando por el momento, quiere empezar cuanto antes a alejarse prudencialmente de estos últimos dos años.
Sin darme cuenta y con la vista perdida en el deslumbrante color azul blanquecino que adquiere el mar cuando lo observas desde 10.363,2m (¡toma!, así, de memoria) de altitud y con algo de calima, descubro que estamos a punto de llegar a la costa Italiana (creo, porque han quitado ese útil mapa de la tele y están poniendo un peli que no tiene pinta de ir a interesarme lo más mínimo, así que ya no sé muy bien por dónde estamos), me quedo absorto mirando por la ventana del 7F, Italia me trae siempre muy buenos recuerdos. Volamos adentrándonos en su alargada península y ahí, un poco más al Este está la otra costa. Vaya, pues sí que es estrecha, sí, casi tanto como las miras de algunos gestores.
Sigo así, mirando por la ventana y un rato más tarde veo desde una altitud similar a la de antes, metro arriba metro abajo, una gran circunferencia en el terreno cerca de otra costa, es como un circuito de carreras, sólo que completamente redondo. Es inmenso. A mí se me parece más a un acelerador de partículas, por lo que con seguridad debemos estar sobrevolando algún otro sitio. El mapa sigue sin aparecer.
Ahora estamos sobrevolando Grecia (esta es fácil). En esta zona hay tormenta. Figurada y literalmente. Veo el techo de las nubes justo por debajo de nosotros, le sugeriría al piloto que se desviara un poco, pero me he dejado el micro en la sala y además seguro que no llego entero a la cabina. Esto se mueve mucho, debe ser la famosa turbulencia que sufren los aviones de Air Europa. Paro por un rato…
…uf, ya se ha pasado. En una mano el iPhone, en la otra el vaso de agua, que dirás: -habértela bebido. Ya, ¿tú sabes lo que duelen los dientes cuando te los golpeas incontrolada y repetidamente con el famoso vaso-móvil? No, gracias. Mientras tanto, la cabeza hacia atrás para que no se me cayeran los auriculares encima del vaso y a su vez me salpicara el ordenador, menos mal que todo el mundo estaba sentado y no me ha visto nadie… un cuadro.
Ya se adivina el fósforo, digo el Bósforo y tenemos que apagarlo todo. A ver cuando vuelvo a tener tiempo.
Hasta luego.
Un Alien camino a Baghdad.