Periodismo y ética
19/5/2016. La edad ha vuelto peligroso a un cirujano del hospital que siempre fue incompetente. Su compañero traumatólogo me anuncia que lo trasladarán a urgencias para despedirlo “en cuanto cometa un par de errores”. Objeto que esos errores tendrán nombre y apellidos, pero le resbala. El médico no es corporativista para cubrir al colega, sino por si otro día se equivoca él. Deontología española y eficacia: la radio pública alberga a un locutor gangoso. En cuanto a los maestros madrileños, que terminan dando clase a los niños con un dos y medio cuando los repescan, un sindicalista se queja en antena: la Comunidad ha publicado sus terribles errores cometidos en las oposiciones. Cuando mata al mensajero, le pregunto si no le escandaliza más que sus camaradas den clase siendo tan incultos. Él defiende las oposiciones que priman la antigüedad. Muchos buenos profesores no podrán dar clase solo porque son jóvenes. Los sindicatos nunca defienden al auténtico menesteroso, el parado.
Orwell creía que España era el país donde ocurría blanco y los medios publicábamos negro. Los periodistas contamos al revés la transición que desembocó en el ruinoso sistema autonómico y nuestras mentiras han llegado a los libros de texto. Tampoco hemos explicado por qué no es casual que tantísimos ayuntamientos se hayan financiado mediante corrupción. Los funcionarios están blindados para que sean independientes del poder político, pero guardan en sus cajones facturas que podrían hacer caer el sistema. No nos las filtran para no crearse problemas con pluses y vacaciones.
Por culpa de esta prensa palaciega, nadie conoce la realidad sobre los controladores aéreos. Ellos no actuaron contra nadie, como los medios relataron: de hecho, descansaron cuando la ley les obligó a hacerlo por acumulación de horas. No tenían derecho a parar: tenían la obligación legal de hacerlo. La famosa huelga que provocó el único estado de alarma de la democracia y los estigmatizó no fue buena ni mala, pues no existió. Nosotros no contamos la verdad, sino lo que nos indicó el ministro socialista que había organizado mal el control aéreo, Blanco. Sus Señorías han archivado ya veinte de las veintidós causas incoadas contra los controladores, que sirvieron para camuflar la ineptitud de sus jefes políticos. También estamos deformando la tragedia de las mujeres muertas cada año por culpa de asesinos malnacidos. Nunca hablamos de los varones muertos. Seguimos fielmente un esquema de mentiras que alimentan PSOE y PP y que les reportan votos y dinero, por razones que otro día explicaré. El juez que denunció las falsedades, Francisco Serrano, no fue inhabilitado por injusto: fue fusilado por valiente al amanecer. Valle Inclán creía que España no premiaba el talento, sino el ser un sinvergüenza. En nuestra distopía de género, la policía detiene igual al inocente que al culpable. Los asesinatos no terminan porque los inocentes detenidos, obviamente, no estaban matando a nadie.
Para que el mensajero se calle no hace falta matarlo, basta con alimentarlo. La diferencia entre periodista y cortesano es que el primero publica noticias incómodas para el poder y para sí mismo, mientras el segundo se alimenta de tertulias. Compañeros de vida confortable y lengua reblandecida detestan a Gregorio Morán, el Günter Wallraff de aquí. Morán publica lo que considera cierto, se opone a las salvajadas del nacionalismo y renuncia a los sobresueldos de la Generalitat. Arriesga como periodista cada día y critica a Juan Carlos I. Habla alto y su voz surca este albañal nauseabundo de medias verdades removiendo vergüenzas. Rechaza un periodismo asimilado a la política por ósmosis, como antes lo fue la Justicia. La ética de hierro de Gregorio es la sombra alargada que mide la indignidad de algunos.
Oh, capitán, mi capitán.