El avión y la crisis
Adolfo Zableh Durán, 2/12/2016. Imagine que va al baño y no puede hacer lo que necesita hacer porque el cuerpo no le da, o que su madre se enferma y tiene que internarla en la clínica. Piense que le hacen una auditoría porque liquidó mal sus impuestos, que estrelló el carro porque no vio que el semáforo estaba en rojo o que lo echan del trabajo. Cosas desagradables, pero cotidianas. Ahora imagine que tiene a la prensa encima registrando cada segundo y cada detalle de eso que le ocurre.
La vida es una vaina muy complicada como para meterle el cubrimiento que de ella hacen los medios de comunicación. Ver noticias es matar el alma, y eso que son ajenas. Si usted fuera una Kardashian, Brad Pitt, o el desgraciado de ocasión al que la casa se le fue al carajo en un derrumbe, vivir sería aún más complicado. A estas alturas la tragedia de la vida no es que nos pase algo malo, sino que la prensa se fije en nosotros.
Pasó con el avión que acaba de caerse. La muerte, esa cosa tan compleja y bella, fue caricaturizada por los medios y quienes los consumimos. Que si Cleber Santana tuvo una premonición, o que si una de las víctimas se enteró de que iba a ser padre poco antes del accidente. Basura, detalles que poco suman y son revelados solo para cubrir nuestra necesidad de devorar información. Si las noticias fueran comida, serían chatarra y todos estaríamos mórbidamente obesos. Como unos gordos echados en el sofá, comiendo pizza en piyama mientras nos empacamos noticias sin criterio, así nos ven los medios.
Pero los titulares no pararon ahí, aún hoy no paran, al punto de que apenas dos días después del accidente, cuando escribo esta columna, la noticia ya se siente desgastada. El arquero al que le amputaron una pierna, la azafata que se arrastró y se cortó con los restos del avión, la foto de la caja negra envuelta en barro, la del avión espachurrado y la del zoom a las lágrimas del jugador que no viajó y decidió retirarse del fútbol luego de conocer la noticia.
Cuando a usted no le alcanza con ver dos cuerpos que se juntan, sino que necesita ser testigo de la acción genital, está viendo pornografía, e igual ocurre con este accidente aéreo. No nos alcanza con que haya muertos, necesitamos más detalles, más drama, más tragedia, más historias desgarradoras para regodearnos en ellas y así hacer pública nuestra supuesta solidaridad y gritar que estamos destrozados.
Es como la droga esto de las noticias fatales, una adicción al desastre, preferiblemente ajeno, claro. En Facebook, una amiga puso que había sido muy duro oír los audios entre la torre de control y el avión. Otro afirmó en su muro que no sabía qué decir. Pues no oigan los audios y no digan nada, no es necesario. Ese afán de manifestarse y de sufrir más de la cuenta roza a veces con el sadismo.
Nos enseñaron que la muerte es una pérdida, y por eso solemos afrontarla con poca altura, especialmente si es colectiva e inesperada. Y mientras más muertos, mejor, o peor, ya no sé. Yo estaba tan adicto que no me alcanzaban diez muertos en una masacre o un temblor de seis puntos; necesitaba centenas, miles de víctimas, y un terremoto que estremeciera la tierra. El tsunami del 2004 que mató a 200.000 y acabó con media Asia, esa era mi medida de la desgracia. Una dosis menor ya no me producía placer.
Si todo es extraordinario, si todo merece una cuartilla o un video, entonces nada lo es, todo se vuelve paisaje. Quizá sea hora de bajarle al morbo y respetar la frontera entre la noticia pertinente y la pornoinformación, que en este momento la crisis de la aviación y la del fútbol son poca cosa comparadas con la de la prensa. La del hombre, más bien.
Fuente: Artículo original en El Tiempo